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Exiliados a bordo del Sinaia, rumbo a Mèxico

El Sinaia partió de Sète, en Francia, el 25 de mayo de 1939 con 1599 personas a bordo, la mayoría -953- hombres mayores de 15 años, que con el fin de la Guerra Civil se habían refugiado en Francia, donde habían sido internados en campos de concentración. En su travesía desde la ciudad de Sète, en la costa mediterránea francesa, hasta el continente americano, el barco atravesó el estrecho de Gibraltar, y los pasajeros pudieron vislumbrar el Peñón en medio de la niebla. Muchos de ellos nunca volverían a estar tan cerca de España. El barco llegó al puerto mexicano de Veracruz diecinueve días después, el 13 de junio. "No les recibimos como náufragos de la persecución dictatorial", les dijo el representante del entonces presidente Lázaro Cárdenas, al recibirlos en el mismo puerto, "sino como exponentes de la causa inmortal de las libertades del hombre".

 

El Sinaia fue el primer gran barco que llegó a México con un numeroso grupo de exiliados españoles, tras el triunfo de los sublevados en la Guerra civil española. No fue el primero ni sería el último, pero se convirtió en un símbolo del exilio masivo porque significó el inicio de la llegada de unos 20.000 refugiados que habían aceptado la oferta de acogida de Lázaro Cárdenas, el presidente mexicano. México fue el único país latinoamericano que nunca reconocería al gobierno del dictador Franco, sino al Gobierno de la Segunda República, y después de Francia, fue el país que más refugiados acogió. La mayoría fueron trabajadores y profesionales, pero también llegaron intelectuales de renombre. En el propio Sinaia llegaron escritores, poetas y artistas. artistes. 

“ Vivir en el exilio es vivir entre dos luces, 
la de la tierra que dejas y la de la tierra que te acoge
— Ramon Xirau

La llegada del Sinaia a Veracruz

Los países latinoamericanos jugaron un papel fundamental en la acogida y desarrollo de las vidas de muchos exiliados catalanes. En el continente ya existían comunidades catalanas establecidas desde el siglo XIX, debido a la migración económica, sobre todo en países como Argentina y Cuba, y algunas de ellas ya tenían instituciones y centros culturales, donde los recién llegados podían mantenerse conectados con su identidad de origen. Además, muchos de los valores políticos y culturales de los exiliados, como el republicanismo, encontraron repercusión en las sociedades latinoamericanas, que también estaban inmersas en procesos de luchas políticas. Países como México, Argentina, Chile o Uruguay, adoptaron medidas favorables para que los exiliados republicanos, incluidos los catalanes, siguieran ejerciendo sus profesiones, ya fuera en el ámbito académico, artístico, industrial o empresarial, contribuyendo al desarrollo económico y cultural de las comunidades de acogida.

 

México, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas, fue especialmente generoso, ofreciendo asilo y apoyo a miles de refugiados. Cárdenas veía a los republicanos españoles portadores de talento intelectual, artístico y técnico que podría contribuir al desarrollo del país. Es el caso de Pere Bosch i Gimpera, que se integró en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde desarrolló una brillante carrera como investigador y profesor, o el filósofo y pedagogo Joaquim Xirau, que fue uno de los intelectuales catalanes más influyentes de su tiempo y una figura clave en la formación de una nueva generación de pensadores en el país. La estancia en México de Josep Carner, considerado el "Príncipe de los Poetas Catalanes", fue breve, pero su presencia ayudó a conectar los círculos intelectuales del país con las corrientes literarias catalanas. Joan Sales, conocido por su novela "Incerta glòria", también se exilió en México, donde trabajó como editor y fundó "Cuadernos del Exilio", una de las muchas publicaciones que ayudaron a mantener viva la literatura catalana durante los años de la dictadura franquista. Buenos Aires y otras ciudades latinoamericanas también se convirtieron en centros neurálgicos de empresas y negocios fundados por exiliados, que aprovecharon las redes comerciales e industriales que ya existían entre Cataluña y América Latina antes de la guerra.

 

Sea como fuere, el exilio no sólo fue un refugio vital donde muchos catalanes reconstruyeron sus vidas, sino también un entorno fértil que les permitió seguir desarrollando su actividad, aportando nuevas perspectivas a las artes, las ciencias, la literatura, la economía y el pensamiento de los países de acogida. 




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