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Propaganda clandestina en la Universidad
El vestíbulo de la universidad está lleno de estudiantes.
Es un acto multitudinario, aparentemente tranquilo, pero cargado de tensión. De
repente, desde los pisos superiores, un grupo de activistas con el rostro medio
oculto, lanza cientos de panfletos que flotan unos instantes en el aire antes
de caer sobre las cabezas de la gente. Algunos intentan cogerlos al vuelo,
otros los recogen rápidamente del suelo. Los más atrevidos los leen en voz
alta, pero la mayoría los guardan rápidamente en los bolsillos, temerosos de
que alguien los vea con material prohibido. También los hay que los pisan o los
ignoran, demasiado miedosos para tomar partido. Las autoridades llegan en
cuestión de minutos. Los agentes se mezclan entre la multitud, con la esperanza
de pillar a algún sospechoso. Pero hace ya rato que se han esfumado.
“ Los dictadores como Franco niegan la voz al pueblo,
pero el pueblo, tarde o temprano, acaba encontrando su
propia voz
— Miguel Hernández
Durante la dictadura, las ideas oficiales que se
aprendían en la escuela, no eran las únicas que se propagaban. Muchos libros,
monografías sobre teoría política o pasquines circulaban de mano en mano sin
que el régimen pudiera evitarlo. El uso de panfletos fue una forma eficaz de
difundir mensajes breves, convocatorias de huelgas, manifestaciones o denuncias
contra la represión. Solían distribuirse en lugares públicos, universidades,
fábricas o barrios obreros, y a menudo se dejaban en lugares estratégicos o se arrojaban
desde ventanas y azoteas. Eran difíciles de rastrear, ya que podían ser
impresos de forma rápida y anónima, y en muchos casos se fotocopiaban para facilitar su distribución.
El uso de grafitis y pintadas en las paredes de las
ciudades y pueblos fue también otra herramienta simbólica pero eficaz. Mensajes
como "Libertad", "Amnistía" o símbolos como la hoz y el martillo
se dibujaban en los muros, especialmente en barrios obreros y universitarios,
como forma de hacer visible a la oposición en los espacios públicos, aunque
sólo fuera de forma fugaz, antes de ser borradas por las autoridades.

Otra vía para difundir información prohibida fue a través
de la prensa clandestina. Varios grupos políticos, sindicatos y organizaciones
estudiantiles o culturales publicaban diarios y boletines de forma ilegal para
difundir sus ideas y coordinar acciones. Estas publicaciones eran fundamentales
para la circulación de ideas opositoras y romper el monopolio informativo que
controlaba el régimen a través de la propaganda y la censura. Ejemplos de estos
medios eran el diario "Treball" del PSUC o los boletines anarquistas
que publicaba la CNT. Estas publicaciones eran producidas y distribuidas de
forma muy rudimentaria, a menudo con imprentas caseras, y su distribución era
altamente peligrosa, puesto que la policía franquista perseguía a aquellos que
las imprimían o distribuían. En ese contexto, el exilio fue un elemento
importante. Desde el extranjero, muchos líderes políticos y sindicales
continuaron sus actividades contra el régimen, y enviaban materiales de
propaganda, financiación y apoyo logístico a los grupos clandestinos en el interior
de Cataluña, lo que permitió a los grupos
opositores resistir y debilitar poco a poco el control de la dictadura sobre la
sociedad.
Por su parte, la censura franquista prohibía publicar
en catalán. Sin embargo, revistas y libros en catalán circulaban
clandestinamente, muchas veces impresos en el extranjero o en imprentas
secretas. Edicions 62, fundada en 1962, fue una de las principales editoriales
que publicaban en catalán, y aunque intentaba operar dentro de la legalidad, a
menudo estaba bajo el control y amenaza de la censura. "Serra d’Or",
una revista editada por los Monjes de Montserrat, también logró mantenerse
activa, a menudo esquivando la censura, contribuyendo a preservar la identidad
cultural catalana.


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