Stanbrook: una huida por mar

Refugiados a bordo del Stanbrook

En marzo de 1939, pocos días antes del fin de la Guerra Civil, el puerto de Alicante estaba bloqueado por la armada del general Franco y los aviones de la Alemania nazi, que imposibilitaban la llegada de los barcos contratados por el gobierno de la Segunda República para evacuar a los miles de refugiados hacinados en el puerto. Ante la amenaza, la gran mayoría de navieras desistió de acercarse a las aguas españolas, incumpliendo unos encargos que ya estaban pagados. Pero en el puerto ya había fondeado el Stanbrook, esperando cargar naranjas y azafrán. El capitán del barco, el galés Archibald Dickson, al ver a los miles de refugiados que había en el muelle, decidió acoger a bordo a todos los que pudo, desafiando la orden que había recibido del propietario del barco. Uno de los pasajeros, Antonio Vilanova, relató en una carta a un amigo: "En la mente de todos había sensación de derrota, de hundimiento moral. Cuando llegamos al barco, éramos recibidos entre las protestas de otros pasajeros. A medida que subíamos, unos se acomodaban en la cubierta, otros en la bodega o en las sentinas... Falta espacio, pero continuaba entrando gente..." 

“ Unos se acomodaban en la cubierta, otros en la bodega o en las sentinas;
faltaba sitio, pero seguía entrando gente...
— Antonio Vilanova

Al atardecer del 28 de marzo, cuatro días antes del fin de la guerra, el Stanbrook zarpó sorteando los proyectiles de la flota franquista, con 2638 personas a bordo, no dejando a nadie en el muelle, tal y como había prometido su capitán. Como el número de pasajeros que llevaba excedía su capacidad, tuvo que realizar el trayecto escorado, navegando por debajo de la línea de flotación. Tras 22 horas de travesía, la nave llegó al puerto de Mazalquivir, cerca de Orán. Dos días después, gracias a las gestiones del capitán, las autoridades coloniales francesas dejaron desembarcar a las mujeres, los niños, los heridos y los enfermos. Los hombres —unos 1500— aún tardaron unas semanas en hacerlo por decisión de la administración francesa, ya que la España fascista reclamaba a estos refugiados. La terrible represión y exterminio al que eran sometidos los prisioneros republicanos, que ya empezaba a trascender a nivel internacional, frustró finalmente el acuerdo de devolución de los pasajeros, posibilitando el acercamiento del barco al puerto y la concesión de asilo a sus ocupantes. La mayor parte fueron conducidos al campo de concentración de Camp Morand, en Boghari, en el interior del Sáhara, donde fueron utilizados como mano de obra gratuita para construir el Transahariano.

 

El Stanbrook llevó a cabo la última evacuación de refugiados republicanos del puerto de Alicante. Horas más tarde que lo hiciera el Stanbrook zarpó el Marítima, un barco tres veces mayor, llevando a bordo sólo treinta personas, entre ellos diputados, jueces y líderes republicanos, lo que suscitó una gran polémica. En el puerto quedaron más de 15.000 refugiados atrapados, que fueron conducidos por los soldados de la División Littorio, una unidad militar italiana que reforzaba a las tropas franquistas, al campo de concentración de Albatera. Sólo seis meses después de ese viaje, Stanbrook tuvo un final trágico en el mar del Norte, al ser hundido por un torpedo de un submarino alemán. El capitán Dickson murió en el hundimiento.

 

La mayoría de refugiados que huyeron al extranjero en barcos como Stanbrook o atravesando los Pirineos eran trabajadores y gente humilde de clase obrera. Pero huyeron también intelectuales y líderes políticos, muchos de ellos catalanes, que habían sido simpatizantes de la República y de los ideales republicanos. Algunos encontraron asilo en países europeos como Francia, Gran Bretaña, Suiza o Bélgica. Sin embargo, la mayoría emigraron a América Latina, a países como México, Argentina y Chile, donde establecieron redes de cooperación y siguieron desarrollando su actividad académica y cultural, contribuyendo al desarrollo de las comunidades de acogida.  


“ Huir por mar es dejar atrás no sólo la guerra,
sino también las raíces que nos anclan a la tierra que ya no es segura
— Gabriel García Márquez

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