
Durante el franquismo, las imposiciones culturales fueron
una herramienta fundamental de control social e ideológico. El catolicismo se
impuso como religión oficial, y las instituciones religiosas acumularon gran
poder. Las fiestas religiosas adquirieron carácter estatal y se censuraron
libros, cine y cualquier otra manifestación cultural y artística que no se
ajustaran a la doctrina católica. Los matrimonios civiles, los divorcios y
cualquier actividad considerada contraria a la moral y a los valores del
régimen fueron abolidos o restringidos.
Por su parte, el régimen promovía una visión uniforme de
España. La Ley de 1941 sobre las lenguas imponía el castellano como la única
lengua oficial, y prohibía expresamente el uso del catalán, el vasco o el
gallego en la administración, la educación, los medios de comunicación, o
incluso en las misas. Los niños sólo podían ser educados en castellano, y los
maestros y funcionarios debían comunicarse exclusivamente en esta lengua. Esta
represión cultural afectó profundamente a la identidad y la libertad de las
diferentes comunidades de España.
“ El franquismo es la muerte de la cultura, el asesinato de
la poesía,
la imposición de una España gris y sin alma
— Federico García Lorca

La censura fue una herramienta central para controlar la información y las manifestaciones artísticas, incluyendo los carteles. Desde el fin de la Guerra Civil, toda producción gráfica debía pasar por un estricto sistema de revisión previa, regulado por la Ley de Prensa e Imprenta de 1938 y posteriores normas. Organismos como la Delegación Nacional de Propaganda y el Ministerio de Información y Turismo supervisaban tanto los contenidos como el diseño. Se prohibían imágenes que cuestionaran la moral católica, la unidad de España, la figura del Caudillo o el ejército. Los carteles de cine, por ejemplo, eran modificados para suavizar escenas de afecto o eliminar alusiones políticas. La autocensura se convirtió en un mecanismo habitual para evitar sanciones o represalias.
Se reprimieron también las expresiones culturales
populares que tuvieran alguna connotación catalanista, incluyendo canciones,
obras de teatro y celebraciones tradicionales. La sardana fue una de las pocas
manifestaciones que logró sobrevivir, aunque muchas veces se realizaban bajo el
estricto control del régimen. Lo mismo ocurrió con los Pastorets (Pastorcillos)
que, aunque se mantuvieron, se despojaron de las connotaciones identitarias
catalanas, imponiéndose el uso del castellano en su escenificación. Pese a las
dificultades, la lengua catalana logró mantenerse viva en la clandestinidad y
en los hogares.
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