La educación, una herramienta para adoctrinar


El aula es austera y rígida, una muestra evidente de los nuevos valores impuestos por el régimen. Las paredes son blancas y prácticamente desnudas, excepto por un crucifijo que preside el espacio sobre la pizarra, y un par de retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera a los lados. Las hileras de pupitres de madera, dispuestos de forma estrictamente alineada, donde cada alumno tiene su espacio asignado. Los maestros, a los que hay que dirigirse como Don o Doña son autoritarios, y dan más miedo que respeto. Las clases comienzan con una oración y una lectura obligatoria del catecismo, que ocupa buena parte del tiempo escolar. Los alumnos, disciplinados, permanecen en silencio absoluto. Los castigos son argumentos convincentes para mantener el orden

“ La educación franquista estaba diseñada para fabricar súbditos obedientes,
no ciudadanos críticos
— José Luis Sampedro

El sistema educativo fue diseñado para inculcar a los jóvenes "la idea del servicio en la Patria, de acuerdo con los principios inspiradores del Movimiento". Los contenidos eran controlados por el Estado, cuya estricta censura eliminaba cualquier referencia crítica al régimen o ideología que se considerase peligrosa. El currículum escolar tenía como materia central la historia de España, enseñada como una epopeya, exaltando la Reconquista, el Imperio Español, la Guerra Civil y la figura de Franco como salvador de la patria. A esto se unía la "Formación del Espíritu Nacional", una asignatura obligatoria, cuyo objetivo era adoctrinar a los jóvenes en los principios del nacionalcatolicismo, una mezcla de valores ultraconservadores y de fervor patriótico, defendiendo a España como una nación única e indivisible, y la religión católica como un pilar de la identidad nacional. Esta materia se impartió hasta principios de la década de 1970 en todos los niveles educativos, siendo imprescindible aprobarla para poder avanzar en los estudios.

 

Por el contrario, la cultura y la lengua catalana fueron excluidas del currículo oficial. Los profesores que desobedecían esta norma eran castigados, despedidos o encarcelados. Así, la educación se convirtió en una herramienta para perpetuar el orden político y social, limitando el acceso al pensamiento crítico y a la diversidad cultural.


Por otra parte, la escuela franquista promovía una disciplina rígida y autoritaria, tanto en el comportamiento de los estudiantes como en las relaciones entre maestros y alumnos. La separación de niños y niñas era una característica fundamental del sistema educativo, basada en una estricta diferenciación de los roles de género. Las niñas estaban preparadas para su futuro papel de madres y esposas y los niños recibían una formación centrada en la preparación para el trabajo y el servicio militar.

 

Los jóvenes eran incentivados a unirse al Frente de Juventudes, la sección juvenil de la Falange, el partido único del régimen franquista, donde participaban en actividades físicas, desfiles y marchas orientadas a la preparación militar y defensa de la "España una, grande y libre". El Frente de Juventudes también tenía una rama para las niñas, la Sección Femenina de la Falange, centrada en la preparación para las tareas del hogar. La organización estuvo activa desde 1940 hasta su disolución en 1961, cuando fue absorbida por otras instituciones.

 

En 1970, se promulgó la Ley General de Educación, que fue un intento de modernizar el sistema educativo para adaptarlo a las necesidades de una España más industrializada. Sin embargo, el control político del currículo educativo permaneció hasta el fin del régimen.


El Sindicato Español Universitario fue una organización estudiantil creada en 1933 como rama de la Falange Española. Durante la dictadura, el SEU se convirtió en el sindicato único permitido en las universidades, controlando las actividades estudiantiles y promoviendo los valores del régimen franquista. El SEU no representaba los intereses de los estudiantes de manera democrática, sino que servía como una herramienta de adoctrinamiento político y control ideológico dentro de las universidades. Este hecho generó un creciente malestar entre los estudiantes, que empezaron a organizarse en movimientos clandestinos para oponerse a su hegemonía. El SEU fue perdiendo influencia a medida que crecía la resistencia estudiantil, y finalmente fue disuelto en 1965, justo antes de eventos como la Capuchinada de 1966, que impulsó el movimiento universitario antifranquista con la aparición de organizaciones como el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB).

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