El gobierno de la Generalitat en el exilio

Josep Irla con una delegación catalana en la tumba del soldado desconocido en el Arco de Triunfo de París

En enero de 1939, ante la ofensiva final de las tropas franquistas y con la caída de Barcelona, ​​el gobierno de la Generalidad de Cataluña, presidido por Lluís Companys, se vio obligado a cruzar la frontera hacia Francia, como hicieron decenas de miles de republicanos. Companys se instaló inicialmente en París, donde siguió actuando como presidente de la Generalitat en el exilio, intentando coordinar la resistencia republicana. Sin embargo, en agosto de 1940, durante la ocupación nazi de Francia, fue arrestado por la Gestapo con la colaboración de la policía franquista, extraditado a España y fusilado el 15 de octubre de 1940 en el castillo de Montjuïc. Este acto represivo fue una muestra del ensañamiento del franquismo hacia las instituciones catalanas y marcó un hito de dolor para el exilio catalán.

 

Tras el fusilamiento del presidente Companys, el exilio catalán designó como su sucesor a Josep Irla, que hasta ese momento había sido el presidente del Parlament de Catalunya. Irla asumió la presidencia en 1940, y Antoni Rovira i Virgili, intelectual, periodista e historiador, fue nombrado para sustituirle en la presidencia del Parlamento. Ambos, pese a las circunstancias extremadamente adversas, trabajaron para mantener la unidad del exilio catalán y preservar la legitimidad de las instituciones catalanas en el exterior.


Josep Irla 

Durante este período, la acción del gobierno en el exilio fue principalmente simbólica y de representación, ya que las condiciones de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación posterior del régimen franquista impedían cualquier tipo de actuación real en Cataluña. Además, con el inicio de la Guerra Fría, la situación de la causa republicana en el exterior se complicó aún más, debido a que las potencias occidentales empezaron a ver al régimen de Franco como un aliado contra el comunismo, reduciendo las esperanzas de restaurar la democracia en España.

 

En 1954, después de 14 años de Irla en su cargo, Josep Tarradellas, que había sido consejero de la Generalitat antes de la guerra y exiliado desde 1939, fue elegido nuevo presidente. Tarradellas asumió el cargo con un doble reto: mantener la legitimidad del gobierno en el exilio y buscar una vía de reconciliación para la recuperación de las instituciones catalanas. Desde su residencia en Saint-Martin-le-Beau, una pequeña localidad cercana a Tours (Francia), Tarradellas se convirtió en un interlocutor para los distintos sectores del catalanismo, a pesar de las dificultades económicas y políticas de la época. Su objetivo era evitar la desaparición de la Generalitat como símbolo y prepararla para un posible regreso si la situación en España cambiaba.


“ La lucha por la libertad de Cataluña es la lucha por la dignidad de sus gentes.
No permitiremos que se apague nuestra voz
— Josep Tarradellas

Las instituciones políticas catalanas en el exilio eligen a Josep Tarradellas como presidente de la Generalitat

La vuelta de los exiliados catalanes tras la dictadura franquista empezó a concretarse a partir de la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición. En 1977, con la legalización de los partidos políticos y las primeras elecciones democráticas, el presidente del gobierno español, Adolfo Suárez, reconoció la legitimidad de la Generalitat en el exilio y negoció directamente con Tarradellas su regreso a Cataluña, que se produjo el 23 de octubre de 1977, donde, desde el balcón del Palau de la Generalitat y ante una multitud que le aclamaba, pronunció su histórico "¡Ja soc aquí!". Esta fecha se considera simbólica, ya que marcó la restauración de la Generalidad de Cataluña, suspendida desde la Guerra Civil.

 

Aunque no reconocido internacionalmente, el gobierno de la Generalitat en el exilio fue un símbolo de resistencia y de la continuidad institucional de la Cataluña democrática durante el régimen franquista, y su papel fue fundamental en el proceso de recuperación cultural de Cataluña con el fin del régimen. El regreso de Tarradellas y otros muchos exiliados cerró el círculo entre las generaciones que habían vivido la Segunda República y las nuevas generaciones nacidas bajo la dictadura.

 

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