
Interior de la escuela Talitha, durante su primer año, 1956-1957 (Maria Teresa Codina)
M. Teresa Codina tiene 29 años cuando funda Talitha. Las clases comienzan en octubre de 1956, en una torre de la calle Jaume Piquet, 23, de Barcelona, "un local espacioso, alegre, sencillo, confortable y bien situado". El tríptico de presentación del nuevo colegio anuncia que "su norma será el contacto con la realidad de las cosas de la naturaleza y de la vida social, el fomento de la actividad personal y procurar que el ambiente de la escuela sea agradable e invite a trabajar". Es una escuela para niñas. El primer año tiene 42 alumnas. Algunos padres llevan a sus hijas porque hay pocos alumnos, otros porque la torre es muy bonita, porque hay mucho espacio, porque está muy cerca de la estación de los Ferrocarrils de Sarrià. También están los que valoran que se hable en catalán. Los materiales y escritos oficiales se realizan siempre en castellano. Los comentarios y los informes de los alumnos que se envían a sus padres, también. Pero en el aula, en los pasillos o en el patio, la lengua vehicular es el catalán. Sólo era cuestión de disimular y estar preparados para cuando viniera el inspector.
“ La maestra, cuando le llegaba un niño con un manojo de lápices que no había pedido, ya lo sabía: borramos la pizarra, ponemos 'miércoles cuatro de abril' y colgamos la fotografía de Franco. Mientras tanto, yo iba entreteniendo al inspector en el despacho......
— M. Teresa Codina
"A ver, el crucifijo en el centro, la Purísima a la derecha y el Generalísimo a la izquierda. ¡Y no me hagan aparejamientos extraños!", les recuerda el inspector en una ocasión. "Sí, lo he encontrado todo en castellano, pero aquí se respira en catalán", comenta otro día al terminar la inspección. "Tratando de averiguar el motivo de este olfato administrativo, nos dimos cuenta de que nos habíamos descuidado en la puerta que daba al jardín un cartelito: Cierre la puerta, por favor. ¡Seguramente, aquel letrero con caligrafía infantil nos había delatado!", recuerda M. Teresa. La escuela fue creciendo, y a medida que se fueron ampliando cursos, los niños nunca se fueron, y el catalán tampoco.

El año 1939 fue un hito trágico para la escuela y sus maestros. Durante la dictadura franquista, la enseñanza en catalán fue objeto de una represión sistemática por parte del régimen, que pretendía imponer la unidad nacional y una sola lengua oficial: el español. El catalán se relegó al ámbito privado. No era la primera vez. La reforma pedagógica y la lengua catalana habían quedado ya proscritas una vez, durante la dictadura militar de Primo de Rivera. Con la llegada de Franco al poder, el catalán, el gallego y el vasco fueron de nuevo prohibidos en las escuelas, universidades, medios de comunicación y en cualquier ámbito oficial. Las referencias a la cultura catalana, su historia o sus tradiciones eran suprimidas, y los estudiantes recibían una educación centrada exclusivamente en la historia y la cultura española desde la perspectiva del régimen franquista. Los maestros tuvieron que pasar obligadamente por la asunción de unas “Nuevas orientaciones”, entrar en la dinámica de exculpaciones, de denuncias y de “fidelidades inquebrantables”, para poder acceder al propio puesto de trabajo, si es que todavía existía. Y los docentes que no se alineaban con los principios del régimen podían ser depurados, expulsados o incluso detenidos. Esta represión lingüística fue especialmente dolorosa en una sociedad en la que el catalán era el idioma materno y cotidiano de gran parte de la población.
“ La escuela franquista es la escuela del no: NO a la coeducación,
NO a los pedagogos extranjeros, NO al catalán, al vasco o al gallego
— Salomó Marquès
A pesar de la represión, el catalán siguió siendo hablado en el ámbito privado y familiar, y varias iniciativas clandestinas consiguieron mantener viva la lengua en las escuelas, aunque sólo fuera a nivel oral. Sin embargo, las opciones en ese momento eran pocas, diversas y disgregadas. En el libro La escuela en Cataluña bajo el franquismo, Jordi Monés destaca, por ejemplo, algunos parvularios del Ayuntamiento de Barcelona o la Escola del Mar, de iniciativa municipal. En 1941 aparecen las escuelas de iniciativa privada Virtèlia o Nausica, y en 1946, la Escola Andersen. En años siguientes aparecen otras escuelas como Santa Ana, Layetania, San Gregorio, Thau, Elaia, Heura, Andersen de Vic o Espiga de Lleida. Son sólo algunos de los nombres propios de la renovación pedagógica de la posguerra, la punta de lanza que demuestra que había un colectivo de padres y maestros que trabajaron para hacer posible otra escuela, preservando una tradición escolar catalana que venía de lejos.
“ La escuela fue un espacio de resistencia silenciosa,
donde se transmitían saberes prohibidos que desafiaban al régimen
— Sílvia Soler
Alumnos del curso de Gramática Catalana de l'Agrupació Sardanista de Granollers el 1963. (Jaume Camp)
Otras instituciones y organizaciones fomentaban el uso del catalán en actividades educativas no formales como esparcimientos, catequesis o actividades culturales. Muchos profesores y activistas culturales organizaron cursos clandestinos de catalán fuera del control del régimen. Estas clases se impartían en casas particulares, parroquias o locales privados, y permitían que las nuevas generaciones aprendieran la lengua, la gramática y la literatura catalana. En 1961, coincidiendo con una mayor relajación de las medidas represivas, se fundó Òmnium Cultural para organizar cursos de lengua y promover la edición de libros y publicaciones en catalán. Aunque las actividades fueron inicialmente ilegales y eran perseguidas, la entidad fue una plataforma esencial para la enseñanza y el uso del catalán.
En 1965 nació la Escuela de Maestros Rosa Sensat, con la voluntad de dedicarse a la formación y renovación de los maestros y la producción de libros y material escolar en catalán. La entidad nace como una escuela clandestina, con Marta Mata al frente y reuniendo a un grupo de escuelas privadas. Entre 1970 y 1975 hubo un período de presencia tolerada de la lengua catalana en la enseñanza, y después de la muerte de Franco, aún deberían pasar más de seis años para que se efectuara la transferencia por parte del Estado de todos los servicios, escuelas y centros educativos del país al Departamento de Enseñanza de la Generalitat, el 1 de enero de 1981. Sea como fuere, la enseñanza en catalán sobrevivió gracias a la resistencia clandestina y al esfuerzo de muchas personas y organizaciones que se negaron a dejar morir la lengua.