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Anarquistas de la CNT
Durante la Guerra Civil, el anarquismo y el comunismo tuvieron un papel fundamental en la resistencia al golpe militar franquista en Cataluña. A pesar de compartir el objetivo, su relación fue a menudo tensa y marcada por profundas diferencias ideológicas y estratégicas.
Los anarquistas, organizados en torno a la CNT-FAI (Confederación Nacional del Trabajo y Federación Anarquista Ibérica), fueron la fuerza predominante, y tras el fracaso del levantamiento militar de julio de 1936, aprovecharon el vacío de poder para impulsar la revolución social. Miles de fábricas, tierras y servicios fueron colectivizados bajo control obrero, estableciéndose un sistema de autogestión a gran escala, un proyecto profundamente opuesto al modelo de Estado comunista.
“ Barcelona se convirtió en un escenario de una revolución llena de contradicciones, pero al mismo tiempo tenía un espíritu de liberación
como nunca se había visto
— Josep Pla
Los comunistas, por su parte, estaban organizados a través del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), que seguía la línea política de la URSS y defendía una centralización del poder bajo el control del gobierno republicano para hacer frente a la guerra. A diferencia de los anarquistas, creían que la revolución social debía ser pospuesta hasta después de la victoria militar, lo que generó importantes fricciones entre ambos sectores.

Guardias de asalto parapetados cerca de la plaza de Sant Jaume durante los 'hechos' de Mayo
Durante los primeros meses de la guerra, el Gobierno de la Generalitat, liderado por Lluís Companys, intentó mantener un equilibrio entre las diversas fuerzas políticas. Companys llegó a un acuerdo con la CNT-FAI, permitiendo la autogestión anarquista en muchos ámbitos de la economía, pero sin perder del todo el control institucional. Sin embargo, a medida que el conflicto avanzaba, la influencia de los comunistas del PSUC dentro del gobierno catalán cada vez era mayor, lo que incrementó la tensión con los anarquistas.
“ La revolución anarquista en Barcelona fue una explosión de libertad,
pero también un tiempo de caos y luchas internas
que desgastaron a las fuerzas populares
— Antoni Rovira i Virgili
Estas tensiones estallaron violentamente durante los hechos de Mayo de 1937 en Barcelona, cuando la rivalidad entre las facciones comunistas y anarquistas desembocó en enfrentamientos armados en las mismas calles. El PSUC, con el apoyo del gobierno central republicano y la Generalitat, intentó recuperar el control de los sectores colectivizados y restaurar el orden, enfrentándose a los anarquistas y al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), un grupo trotskista también crítico con la URSS.
Uno de los hechos que mejor explican las muchas divisiones y dificultades internas que afectaron a la República fue el secuestro y asesinato de Andreu Nin (1892-1937) en manos de agentes soviéticos. Nin fue una de las figuras clave de la izquierda revolucionaria durante la Segunda República y la Guerra Civil. Nacido en El Vendrell, empezó su militancia en el movimiento obrero a través de la CNT, pero sus convicciones marxistas le llevaron a romper con el anarquismo. Exiliado en la URSS en los años 20, trabajó como traductor y colaborador de Lev Trotski, del que se convirtió en uno de sus principales seguidores. A su regreso a Cataluña, en 1935, fundó el POUM, una organización marxista revolucionaria contraria tanto al fascismo como al estalinismo, y fue consejero de Justicia de la Generalitat. En junio de 1937, en el contexto de la lucha política entre comunistas y otras fuerzas de izquierda fue asesinado. Su muerte es una muestra de la compleja relación entre anarquistas, comunistas y el gobierno catalán, que debilitó gravemente la resistencia republicana, contribuyendo a su derrota final, en 1939.

