
Indústria láctea socializada por la CNT el 1937 (Pérez-de-Rozas / AFB)
La actividad en la fábrica es frenética, pero organizada. Tras la colectivización, los trabajadores han asumido el control total de la producción y distribución, aboliendo la jerarquía empresarial y estableciendo asambleas para tomar decisiones consensuadas, donde cada trabajador tiene voz y voto. Pese a la guerra, la energía no decae. El ambiente es intenso pero solidario, con un fuerte sentimiento de compromiso. Hombres y mujeres, muchos de ellos sin experiencia en el trabajo industrial, colaboran en tareas diversas: ordeñar las vacas en las granjas asociadas, procesar la leche, embotellarla y llevarla directamente a los barrios de la ciudad o al frente. Pese a las dificultades, el espíritu colectivo mantiene en funcionamiento la fábrica.
“ En los ojos de los revolucionarios de Barcelona he visto una esperanza
que nunca había conocido, una esperanza que nada tiene que ver con el poder,
sino con la libertad y la dignidad
— Simone Weil
El julio de 1936, con el inicio de la Guerra Civil Española, Cataluña fue escenario de una de las revoluciones sociales más profundas del siglo XX. Tras el fracaso del levantamiento militar, las fuerzas anarquistas y los sindicatos como la CNT-FAI aprovecharon el contexto para iniciar un proceso de colectivización masiva. La ola revolucionaria se extendió rápidamente por ciudades como Terrassa, Sabadell, Mataró, Granollers, Igualada y otros núcleos industriales, donde fábricas textiles, talleres metalúrgicos, transportes y servicios públicos pasaron a manos de los trabajadores. En Sabadell y Terrassa, por ejemplo, la colectivización del textil permitió mantener la actividad económica y asegurar los suministros a la retaguardia. En Mataró, la industria del género de punto también pasó a manos de los trabajadores. Se crearon colectividades agrarias en zonas como el Baix Llobregat y Anoia, donde se repartieron tierras abandonadas o expropiadas y se estableció una gestión cooperativa del campo, manteniendo la actividad económica y asegurando los suministros a la retaguardia. Las nuevas formas de gestión, basadas en asambleas y consejos, transformaron radicalmente el funcionamiento de la economía catalana.

Este proceso revolucionario único en la historia contemporánea europea, con Barcelona como núcleo central, supuso un experimento social sin precedentes. El proceso significó una ruptura con el sistema capitalista tradicional, para construir una sociedad sin clases ni explotación, basada en los principios de autogestión y propiedad colectiva. Aunque las colectivizaciones fueron mayoritariamente impulsadas por los anarquistas, contaron con el apoyo de sectores republicanos y marxistas. En este contexto, también se vivieron episodios intensos de represión contra la Iglesia, con la quema de templos y la persecución de religiosos, en gran parte debido al sentimiento anticlerical de las milicias anarquistas y comunistas.
“ Nos dijeron que luchábamos por la libertad,
pero olvidamos que ésta no puede nacer del odio
— Joan Sales
La revolución social se mantuvo viva hasta el final de la guerra, pero aunque llevó cambios profundos a la estructura económica y social de Cataluña, también generó tensiones internas dentro del bando republicano, especialmente con el gobierno de la Generalitat y los comunistas, que no apoyaban incondicionalmente al modelo anarquista y hacían equilibrios para controlar la situación. Inevitablemente, estas desavenencias debilitaron al bando republicano y fueron una de las causas directas de la derrota final ante el alzamiento militar.
