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Estos campos son un símbolo del sufrimiento y de la
pérdida que tuvieron que afrontar los refugiados republicanos. A menudo estaban
sobrecargados, con una infraestructura inadecuada y precaria. El alojamiento
era básico, en barracones de madera o tiendas de campaña, con poco espacio para
cada persona. La falta de agua potable, de instalaciones sanitarias o de servicios
médicos provocaba brotes de enfermedades infecciosas y problemas de salud
generalizados entre los internos. La falta de alimentos era habitual, y los
internos debían subsistir con raciones insuficientes. Por si fuera poco, los
campos no estaban bien equipados para las condiciones climáticas extremas, sea
el frío del invierno o el calor del verano, provocando enfermedades y problemas
de deshidratación. Muchos refugiados permanecieron allí durante meses, e
incluso años.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939,
muchos de los exiliados fueron movilizados por el gobierno francés para
realizar trabajos forzados en la llamada Compañía de Trabajadores Extranjeros.
Otros fueron apresados por los alemanes, tras la invasión de Francia en
1940. Más de 9.000 republicanos españoles, muchos de ellos catalanes, fueron
deportados a campos de concentración nazis como Mauthausen, Buchenwald y
Dachau, donde la mayoría murieron. En estos campos solían ser identificados con
un triángulo azul que los catalogaba como apátridas.



