La miseria en los campos de refugiados

Campo de refugiados de Argelès-sur-Mer

El frío del invierno es intenso, y la tramontana levanta la arena de las playas donde se ha habilitado el campo, golpeando sin piedad las tiendas rudimentarias o directamente los cuerpos expuestos de los refugiados. Los días empiezan con largas colas para conseguir algo de comida, aunque sea de baja calidad: un poco de pan, una sopa aguada o, si hay suerte, alguna lata de sardinas. Los más afortunados han conseguido mantas, pero otros muchos duermen directamente encima de la arena, sin ninguna protección contra las bajas temperaturas. Las enfermedades como la disentería son frecuentes, y la ausencia de medicinas empeora las condiciones sanitarias. Las familias se mantienen unidas cómo pueden. Los hombres son presionados para inscribirse a las brigadas de trabajadores extranjeros a cambio de no ser deportados. El ambiente es de resignación, pero también de resistencia. Algunos organizan pequeñas asambleas clandestinas para mantener vivo el espíritu de lucha, mientras que otros escriben cartas a familiares lejanos, con la esperanza de salir de aquel agujero. En el campo, la vida es una espera incierta, sin información ni expectativas claras de futuro. Horas de hambre, de frío y de añoranza por la patria perdida... 

“ En los campos de refugiados, la humanidad quedaba suspendida,
entre la desesperanza y la resistencia de seguir siendo personas
— Joaquim Amat-Piniella

Campo de refugiados en el sur de Francia

Tras la Retirada de 1939, muchos refugiados republicanos españoles fueron internados en campos de concentración en el sur de Francia. Estos campos, creados improvisadamente, acogieron a miles de personas en condiciones muy precarias. El campo de Argelès-sur-Mer fue uno de los más grandes. Estaba ubicado en la playa, al aire libre, y los refugiados vivían en condiciones terribles, sin apenas comida ni una higiene adecuada. Similar a Argelès, los campos de Saint-Cyprien y Bacarés, también estaban situados en la costa. Más al norte, el campo de Rivesaltes, fue uno de los últimos en abrirse. Unas 15.000 personas fueron alojadas en barracones, y aunque las condiciones eran mejores que en los campos más antiguos, era conocido como "el campo de la vergüenza". En el interior del país, el campo de Gurs, cerca de la ciudad de Pau, y el de Bram, en la región de Aude, sufrieron problemas similares. 

“ De los 450.000 refugiados republicanos que atravesaron la frontera, 
cerca de 275.000 fueron confinados en campos de concentración franceses
Universidad de Barcelona

Estos campos son un símbolo del sufrimiento y de la pérdida que tuvieron que afrontar los refugiados republicanos. A menudo estaban sobrecargados, con una infraestructura inadecuada y precaria. El alojamiento era básico, en barracones de madera o tiendas de campaña, con poco espacio para cada persona. La falta de agua potable, de instalaciones sanitarias o de servicios médicos provocaba brotes de enfermedades infecciosas y problemas de salud generalizados entre los internos. La falta de alimentos era habitual, y los internos debían subsistir con raciones insuficientes. Por si fuera poco, los campos no estaban bien equipados para las condiciones climáticas extremas, sea el frío del invierno o el calor del verano, provocando enfermedades y problemas de deshidratación. Muchos refugiados permanecieron allí durante meses, e incluso años.

 

Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, muchos de los exiliados fueron movilizados por el gobierno francés para realizar trabajos forzados en la llamada Compañía de Trabajadores Extranjeros. Otros fueron apresados ​​por los alemanes, tras la invasión de Francia en 1940. Más de 9.000 republicanos españoles, muchos de ellos catalanes, fueron deportados a campos de concentración nazis como Mauthausen, Buchenwald y Dachau, donde la mayoría murieron. En estos campos solían ser identificados con un triángulo azul que los catalogaba como apátridas.





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