El papel desobediente de la Iglesia catalana

El cardenal Vidal i Barraquer

Durante la Guerra Civil, la Iglesia católica fue objeto de una intensa persecución en la zona republicana por parte de anarquistas y comunistas. En Cataluña, en particular, muchos sacerdotes y religiosos fueron asesinados, y numerosas iglesias fueron destruidas o profanadas. Esto generó un sentimiento de temor que hizo que muchos sectores eclesiásticos vieran al franquismo como la solución. Ya desde el inicio del conflicto, la jerarquía apoyó a Franco, con la notable excepción del Cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, que aunque tuvo que exiliarse a causa de la violencia contra la Iglesia en la zona republicana, se negó a firmar la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937, en que los obispos españoles apoyaban explícitamente al bando franquista. Vidal y Barraquer consideraba que en aquella guerra fratricida, la Iglesia no debía identificarse con ninguno de los dos bandos, sino hacer obra de pacificación. Es por eso que una vez terminada la guerra, el régimen no le permitió regresar a Tarragona, e incluso presionó a la Santa Sede para que le obligara a renunciar al cargo, algo que los papas Pío XI y Pío XII no aceptaron. Murió en 1943, en la ciudad de Friburgo.

Cárcel para sacerdotes de Zamora

De todas formas, a medida que avanzaba el franquismo, especialmente en las décadas de los 50 y 60, una parte significativa de la Iglesia catalana empezó a distanciarse del régimen y alinearse con los movimientos sociales y culturales que criticaban la dictadura. El uso del catalán en las homilías, la liturgia y otros espacios religiosos fue un elemento de resistencia frente a la política de centralización y castellanización. El Concilio Vaticano II (1962-1965) influyó particularmente en este cambio de rumbo. Figuras destacadas como el abad de Montserrat, Aureli Maria Escarré, se convirtieron en voces críticas, hasta el punto de que en 1963, tras una entrevista en el diario "Le Monde" en la que denunciaba duramente la falta de libertades y la represión de la cultura catalana, tuvo que exiliarse a Italia, donde murió en 1968. Para contener al clero disidente, cada vez más numeroso, el régimen abrió en Zamora, en 1968, una cárcel sólo para sacerdotes —la única en Europa—, donde mayoritariamente había curas vascos y catalanes.

“ La Iglesia catalana debe ser una iglesia del pueblo, no del poder.
Si nos arrodillamos ante el régimen, habremos perdido la fe
 en la libertad y la justicia
Lluís Maria Xirinacs

Durante las últimas décadas del franquismo, algunas parroquias en Cataluña se convirtieron en centros de reunión para activistas políticos, sindicales y culturales. Las parroquias proporcionaban espacios relativamente seguros para organizar reuniones clandestinas y actividades que habrían sido reprimidas por el régimen. Movimientos como la Juventud Obrera Cristiana o la Hermandad Obrera de Acción Católica se expandieron y consolidaron, vinculando la fe con la lucha por los derechos de los trabajadores y la justicia social.

La Basílica de Santa María del Pi, situada en el barrio Gótico de Barcelona, ​​se convirtió en un punto de encuentro de círculos culturales y jóvenes creyentes comprometidos con el catalanismo y el cambio social. En los Seminarios, como los de Manresa o Vic, especialmente a partir de los años 60 y a raíz del Concilio Vaticano II, algunos sectores del clero joven empezaron a mostrar una mayor apertura hacia la realidad social, el catalanismo cultural y la justicia social, a menudo en contraposición a la línea oficial.

Con la muerte de Franco en 1975, la Iglesia catalana, que ya se había distanciado definitivamente del régimen, jugó un papel relevante en el proceso de democratización. Muchos de los líderes religiosos que se habían opuesto abiertamente al franquismo participaron de forma activa, defendiendo la amnistía para los presos políticos, la recuperación de las libertades y la autonomía para Cataluña.

Lluis M. Xirinacs frente a la cárcel Modelo

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