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Durante la Transición y en los años posteriores, el
terrorismo fue una de las grandes sombras del proceso hacia la democracia. ETA,
considerando que las concesiones del nuevo gobierno no reconocían la soberanía
vasca, intensificó su actividad armada, situándose como un actor principal en
el panorama político y social, a la espera de una respuesta más radical a sus
demandas. Durante este período, la organización llevó a cabo más de 300
asesinatos, muchos de ellos en Cataluña. El atentado contra Hipercor de 1987
fue uno de los más graves, pero hubo otros. En Vic, en 1991, un atentado contra
el cuartel de la Guardia Civil causó 10 víctimas, entre ellas varios niños,
hijos de guardias civiles. En 2000, Ernest Lluch, exministro de Sanidad y una
figura destacada del Partido Socialista de Cataluña, fue asesinado en el
aparcamiento de su casa de Barcelona.
Por otra parte, los GRAPO (Grupos de Resistencia
Antifascista Primero de Octubre), una organización de extrema izquierda fundada
poco antes de la muerte de Franco, emergieron como el brazo armado del Partido
Comunista de España. Durante la transición democrática, los GRAPO llevaron a
cabo diversas acciones violentas, incluyendo secuestros, asesinatos y atentados
con bombas, especialmente contra empresarios y figuras políticas, con el
objetivo de desestabilizar el sistema democrático emergente, considerándolo
contrario a su ideología revolucionaria. También hubo acciones violentas de
grupos de extrema derecha afines al antiguo régimen, como la matanza de Atocha
de 1977, donde fueron asesinados cinco abogados laboralistas de izquierdas.
Toda esta violencia se producía en un contexto de tensiones políticas, creando
un clima de miedo, que puso a prueba la fragilidad del proceso de
democratización del país.
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Los GAL llevaron a cabo al menos 27 asesinatos, pero
muchas de las víctimas eran inocentes o carecían de vínculos probados con ETA. El
secuestro de Segundo Marey ocurrido en 1983 fue un grave escándalo político.
Marey, un ciudadano hispano-francés sin vínculos con ETA, fue secuestrado por
un error de identidad: se creía que era un miembro de ETA. Fue retenido durante
diez días y liberado en Francia. Estas acciones generaron una crisis política y
judicial que culminó con la condena de figuras destacadas del gobierno, como el
ministro José Barrionuevo y el secretario de Estado Rafael Vera. El caso de los
GAL se convirtió en uno de los escándalos más graves de la democracia española,
evidenciando graves abusos de poder y violaciones de los derechos humanos por
parte del Estado español.

También en Cataluña surgieron algunos grupos armados,
enmarcados en la conflictividad política del momento, aunque con un impacto más
residual. El más destacado fue Terra Lliure, creado en 1978 con el objetivo de
conseguir la independencia de los Països Catalans, y estuvo activo hasta su
disolución en 1995. Durante su existencia, la organización cometió más de 200
atentados con explosivos, generalmente dirigidos a infraestructuras, símbolos
del poder estatal. Terra Lliure pretendía visibilizar la causa independentista
en un contexto de transición política, pero sus acciones recibieron fuerte
rechazo social. Con la disolución del grupo, muchos de sus miembros se
integraron en el activismo político. También operaron grupos menores como el
Front d'Alliberament Català, activo hasta finales de los años setenta, con
acciones limitadas y menos impacto mediático. Sin embargo, tanto la violencia
de estos grupos como su influencia política fue marginal en comparación con
otras organizaciones como ETA.
El terrorismo estuvo presente en nuestra sociedad hasta
bien entrado el siglo XXI, pero la presión policial, el rechazo social por el
carácter indiscriminado de muchos ataques y la transformación del contexto
político llevaron a la disolución progresiva de estos grupos. ETA fue la última
organización en desaparecer: se disolvió oficialmente en 2018, después de más
de 850 asesinatos.
El fin del terrorismo es uno de los hitos más
representativos de la España democrática, un símbolo de la madurez de un Estado
que ha logrado consolidar la paz, superando uno de los episodios más oscuros de
la transición y de las décadas posteriores. Sin embargo, el dolor ha dejado una
impronta profunda en la memoria colectiva, marcando la política, la sociedad y
el debate sobre la reconciliación. Hoy, este debate sigue abierto, porque las heridas
no se han cerrado del todo.

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